Algunos de ustedes dirán ''¿Cómo te va a gustar más ver un trozo de madera que emborracharte en Feria con los amigos?''. Pues bien, yo veo la primera diferencia sólo con plantearme esa pregunta. El respeto. Sí, damas y caballeros, el respeto. Ese respeto que yo tengo hacia su ''gran semana para emborracharse'' y usted no tiene hacia ''mi semana grande''. Menos mal que no conozco muchas personas de este estilo, y las pocas que conozco, las ignoro (lo que deberían hacer todos). Yo voy más allá de estos estúpidos enfrentamientos entre ambos ''bandos''.
Vengo a defender lo que considero ''mío''. Lo que me gusta de verdad. Algo que sólo podemos definir aquellos/as que nos involucramos de lleno en este grandísimo mundo que es la Semana Santa. Tenemos algo que muchos no tienen en esta semana y que es realmente lo importante. El sentimiento.
Esta semana no sólo contiene un valor artístico incalculable (tanto escultural como musical) sino que también posee un poder que vence a todo: la pasión. Uno escucha una marcha como ''La Madrugá'' o ''Virgen del Valle'' y se le ponen los vellos de punta, no sé vosotros qué sentiréis, pero yo las siento muy adentro. El sólo de ''A ti Manué'' o la elegancia que lleva cualquier palio al sonar ''Margot''. Eso, damas y caballeros, es único. Algo que solo podemos disfrutar en esta, nuestra Gran Semana.
Muchos no lo consiguen entender. Nos preguntan ''¿Cómo os gusta tanto?'', o nos dicen ''Estás todo el año con la Semana Santa, sin parar''. Efectivamente, no nos comprenderéis ni ahora, ni nunca. Esto es un sentimiento, y el que no lo tiene, no le va a llegar por arte de magia. Y yo, me siento afortunado de tenerlo. De ver el cristo o la virgen de mi hermandad, y decir ''Ese es el mío'' o ''Esa es la mía''. Como si fuera un equipo de fútbol. En el momento que ves tu escudo, saltas y te sientes identificado, surgiendo en ese mismo instante un sentimiento y entusiasmo que son difíciles de explicar. Un cariño inigualable.
Lo siento por quién no comprenda lo que estoy escribiendo en esta entrada, pero si no tienes la fortuna que tengo yo y otros muchos, no sabes lo que te pierdes. Para nosotros, ver un candelabro significa mucho más que lo que representa su figura en sí. Para nosotros, ver un esparto significa mucho más que lo que representa su figura en sí. Para nosotros, ver un capirote, unas sandalias, unas manos talladas, lo es todo. Con sólo eso, nos transportamos a un lugar en la mente en el cuál montamos nuestra propia fila de nazarenos, nuestro paso, nuestras figuras. Eso es lo que realmente nos pasa durante todo el año a los cofrades (también denominados ''capillitas''). Sólo nos hace falta la banda sonora, y para ello, ponemos nuestros reproductores de música y escuchamos ''Soleá dame la mano'' mientras imaginamos a un paso de palio entrando a la calle Argote de Molina desde Alemanes. Es un sueño. De los mejores sueños.
La gente no llora cuando llueve porque se ha dado el paseo hasta el lugar de salida de su hermandad para nada. No. Nada de eso. Es la ilusión que se rompe en nuestro interior. Ilusión que proviene de ese sueño continuo que tenemos durante todo un año esperando que llegue nuestra Semana Grande. Adiós a ese duro trabajo de meses previos para que todo esté perfecto para el esperado momento. Adiós a esa cola para sacar la papeleta de sitio. Adiós a ese instante en el que tu paso realiza el traslado a tu Iglesia. Todo eso desaparece y se esfuma con la misma rapidez con la que la propia Semana Santa transcurre para nosotros.
La Semana Santa expira con la rapidez que sale El Silencio. Con una prudencia y una discreción simplemente extraordinarias. Sí señores... expira a una velocidad escalofriante...
Esto es lo que siento. Esto es lo que me hace sentir la Semana Grande de Sevilla. Única, especial, extraordinaria. Algo más allá del arte. Algo más que el holor (incienso y azahar). Algo más que la música.
La PASIÓN.
En cercanas y pocas palabras explicado lo inexplicable.
ResponderEliminarMuchas gracias amigo. Me alegro que te haya gustado.
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